viernes, 30 de octubre de 2015

Tiempo de disfraces

Hace mucho tiempo tenía una entrada como esta en remojo.

Las ideas han estado tan remojadas, que algunas veces creo que el exceso ha terminado diluyendo la forma de las cosas, entonces ya poco me queda de lo que antes sentía coherente, cierto y palpable. La realidad se ha constituido en poco más que una sucesión de compromisos, responsabilidades, haceres y quehaceres que se desprenden de la misma continuidad de las cosas que alguna vez  se hicieron. Tal fácil a la vez que complejo, permitir que el tiempo pase, que deje su huella mientras que los pensamientos parecen querer sumergirse en el pasado. Pero la historia es no menos que una confección incompleta, la realidad se entreteje a través de un instrumento que requiere de ciertas condiciones para funcionar de manera más o menos coherente, de esta forma la mente no es tan lúcida como se quisiera, en especial en una realidad que nos presenta cada día una nueva forma de hacer un atajo, con medios para contestar a todos los interrogantes y necesidades de información, con lo que captarla o aprehenderla ya no es necesario. Incluso las mismas mecánicas sociales nos han llevado a dejar de lado esa búsqueda por el otro, a pausar las relaciones y llevarlas en la cabeza de la misma manera que disponen los propios medios de interrelación.

Estas mecánicas se vuelven un tanto intolerables en la medida en que las personas responden a las dinámicas generalizadas que los arrastran a ejecutar sus comportamientos en forma estandarizada, de forma que la corriente generalizada dicta las respuestas, gustos, necesidades y de allí se traduce a toda la gama de acciones que son permitidas, en donde lo personal queda reducido a la forma en que se innova frente a lo que dicta el estándar, sin salirse de él, por supuesto.

He visto muchas personas adultas que ahora se enloquecen con el cuento de los disfraces, con muchas excusas dentro de las cuales puede o no estar la de divertirse (la tan sonada posibilidad de rumba), pero los placeres de lo social no distinguen caras, caretas o apariencias, de modo que la pinta pasa a un segundo plano en estos escenarios.

No, lo complejo es responder a una tendencia de la mejor manera posible, lo cual en principio no es malo, pero resulta interesante cuando se denota lo que la personalidad de cada uno dicta en términos de lo que se expresa a través del disfraz. 

Monstruos, villanos y aspectos caricaturizados o llevados al extremo por cuenta de la percepción personal de la realidad, sin contar con los dictados de la moda, en donde el individuo asume un rol que no sabe como se compagina con su entorno, ¿a qué responde?, ¿por qué está ahí?

Las respuestas se diluyen en un mar de justificaciones que no les permiten ver lo mal que se ven, ¿acaso no importa la apariencia cuando se toma la forma de otro? Resulta inexcusable que un adulto tome una apariencia ajena de mala manera, que su propia concepción de ese otro, que el papel que va a interpretar sea tan patético que no pueda siquiera pensarse en un juego de ironía.

En principio siempre me ha parecido un tanto complejo como los adultos (padres) juegan con sus hijos para convertirlos en lo que a ellos mismos les parece, o incluso con un poco más de participación como pueden dar cuenta del deseo de este niñato por cuenta de lo que su realidad le ha indicado: personajes altamente comercializados (vendidos) los cuales ni mencionaré para evitar caer en una infracción marcaria, pero que responden a su propia forma. Al niño en todo caso le gusta jugar, y su imaginación con independencia de la sátira contra el branding, se verá nutrida por cuenta del juego de rol en el cual ha de pensarse como parte fundante del personaje del cual toma prestada su apariencia, personalidad e incluso si su creatividad se lo permite, su propia naturaleza especial o mística.

Pero en los adultos es diferente, la dinámica se asemeja más a expresar algo de la decadente, enferma y problemática personalidad encerrada dentro de aquel yo personal, intimo, privado, el cual no suele salir por miedo a la reprimenda de esta sociedad que se predica tolerable, pero que en realidad sataniza y sanciona fuertemente cada comportamiento que considere como desviado (con independencia de que el mismo tenga o no consecuencias dañosas para el colectivo). Entonces, los más emocionados con este tipo de escenarios para tomar una apariencia 'ajena' o para adoptar una personalidad disimil, no son más que aquellas personas que viven encerradas en el juego de la apariencia, atrapadas por cuenta de la imposibilidad de desarrollar algunas partes de sí que resultan no tan coherentes con lo que la escala social de valores permite.

Asesinos crueles, personajes despiadados, apariencias que trascienden los géneros, disfraces que dejan de lado toda mesura y resguardo de la sexualidad, o incluso roles que dejan ver aspectos personales en principio predicables de una etapa anterior de la vida, dan cuenta de la necesidad de cada persona de expresarse y dejar salir aquellas cosas de sí, que normalmente son sometidas a la dinámica social, que propende por la expresión y la libertad, pero que en realidad censura el libre pensamiento, la crítica y que por supuesto se encuentra presta a castigar cualquier desviación, por inofensiva que esta pudiera resultar.

Bienvenidos los que están disfrazados de lo que no pueden ser, los que abrazan a estos personajes como una forma de dejar salir a su Mr. Hyde, a aquellos monstruos que son un reflejo de sí mismos y que están ocultos durante la mayor parte del año...