martes, 7 de agosto de 2012

Querido imbecil


Escribo esto. motivado por la impotencia, por aquella parte de mí que me impide ir y hacer valer todo lo que una persona representa, lograr una consideración que sobrepase al estándar propio de las relaciones humanas, pero que quizá sea natural -al mismo tiempo- tanto a la condición de civilización predicable de la sociedad, como al instinto natural, que tal como lo explicara Freud, hace ya tanto tiempo, dicta, con fuerza, las acciones, aun las más racionales.

Son palabras que distan de lo que corresponde a las situaciones de la cotidianidad, pero que resultan importantes porque no son fácilmente recibidas o lo que es lo mismo, porque no pueden ser abordadas en términos de una discusión (un diálogo) que lleve a construir algo, que derive en un consenso que sirva a un propósito superior. Ah, claro, esto es por cuenta de esta moral que no lo deja a uno en paz y que a partir de principios demanda que uno se porte bien, que construya, dialogue, que evite el ruido.

Entonces, no te lo puedo decir a la cara. Quizá porque no lo has de entender, no porque mis palabras sean más elaboradas de lo necesario, o en razón a que todo lo que hago se encuentre revestido de una complicación innecesaria. No. Éste impasse, esta imposibilidad, obedece a que tu cerebro, tan agudo como siempre lo has considerado, no permite la confrontación si no por vía de los argumentos que en tu cabeza estén adecuados al formato, al marco bajo el cual conduces tu vida. De lo contrario es absurdo, ridículo.

Dejame entonces ponerlo en términos condescendientes, pues quizá solo sea manifiestamente válida mi percepción cuando acepte que todo en mí, es lo que está mal.

Quizá uno de los mejores instrumentos de un intelectual de tu encumbrada alcurnia, sea precisamente la detección de falacias y la prevención de errores de argumentación. Esto sumado a una aptitud prolífica para la presentación de arquetipos, casos ejemplificativos y altamente didácticos.

En efecto, no tiene objeto hacer una exposición de situaciones problemáticas relacionadas con tu forma de proceder, quizá porque la efervescencia del momento no lo permite, o es posible que ninguna oportunidad sea propicia y que en definitiva los que tenemos la fortuna de contar con tu excelsa dirección, estemos condenados, en cierta forma, a seguir sin miramientos las consignas, maneras, procederes y pareceres, que en nuestro caso, sin motivación, condenarían nuestras propias capacidades a la obliteración por cuenta de la censura propia de la irremediable estupidez, nuestra estolidez, nunca la tuya.

No es que seamos incapaces, lo que sucede es que no rendimos lo que se espera de nosotros en atención de la dignidad propia de haber caído bajo tu tutela. Sí, somos indignos, no merecemos tanta oportunidad de congraciarte. Desgraciadamente somos mortales, mediocres, y no podemos entender las continuas capsulas de conocimiento, de moralidad, de inteligencia, de pulcritud que nos ofreces con la mejor de las disposiciones a pesar de ser como bananas que posiblemente regresen convertida en proyectiles de excremento.

Sí, en la limitación propia de nuestras propias consciencias, hemos caído en círculos de ignorancia, de terquedad y de un absoluto desprecio por la natural diligencia del discurso, por la precisión en el lenguaje, por la pulcritud en la expresión, en especial la escrita.

Espero, lograr entender algún día, despertar quizá, esforzarme de la manera esperada ante mis altas capacidades, a pesar de mis inconmensurables limitaciones, pero en especial poder aprovecharte mejor, porque nada, ni nadie tiene una vocación imperecedera, ni siquiera en este caso tan nefasto referido a quien escribe.

(Escrito del 3 de noviembre de 2016)

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