lunes, 19 de agosto de 2013

Tendencia, necesidad, comportamiento y humanidad


He de buscar la manera de hacer un preludio y una reflexión seria sobre la modernidad...

Varias veces he reflexionado sobre las tendencias o no tanto de manera exacta sobre estas sino sobre los problemas que acarrea la modernidad; de dónde sale y lo que representa la moda, la forma en que se constituyen (conforman o crean) las necesidades y como se modifican los comportamientos. Bueno, en realidad no de esa forma tan elaborada, aunque si hice reflexión sobre las mismas de a poco, casi siempre bajo la excusa de la queja, la cual es un recurso claro para mí, pero que las redes han convertido en algo nefasto, como la voz en eco de una sociedad apaada y con un sentido plano para la crítica, que no se refleja en otra cosa que la indignación por si misma.

El aburrimiento es un claro mal de época, uno de esos hijos bastardos de la modernidad que nos consume, del pensamiento burdo que nos obliga a estar apegados a algo, que nos llama a la captación y acumulación, pero que aparte (y de una forma en extremo contradictoria) nos obliga a buscar dinamismo, pero uno que permita ajustarse a un bucle, a una rutina que no disrupta los diferentes algoritmos del diario vivir y los esquemas sociales preestablecidos por quienes determinan que se debe o no se debe hacer (precisamente la moda, sino no tendría sentido el modernismo). Aquí debe precisarse que en otra entrada me ocuparé al fin después de tanto años de esta cosa llamada modernidad o modernismo, desde tantas como tan variadas acepciones como tiene y estudiado como mal de siglo y corriente de pensamiento inacabado, inconcluso al igual que todos los planes de la civilización que se estanca y bajo la excusa de la reinvención recicla todo, incapaz de darse a la tarea de replantear realmente todo aquello en lo que se basa.

Pero a lo que iba es que las personas no pueden dejar de arriesgarse con nuevos aspectos de su vida aunque estos sean dañinos, tediosos o inconvenientes, solo por no perder esa falsa seguridad de la rutina, la modesta facilidad que brinda la costumbre, la cual lleva a la resignación, a la supresión de la rebeldía personal, a la falta de consciencia y por supuesto a la pusilanimidad. Entonces, no debe temerse a la felicidad, así esto implique perder algo del confort rutinario. Debemos agitar nuestras vidas, seguir el ritmo del impulso de nuestros corazones y dar rienda a aquello que pueda de verdad hacernos felices, sonreír no por acomodo, sino de verdadero regocijo.

Lo anterior es cierto, pero tambien lo es que todo tiende a lo mismo, como una sucesión de frecuencias en acomodo circular, las personas son cada día mas dadas a ser como les dicta la tendencia, no como en verdad se desea; de ahí lo problemático de pensar, de sentir, en especial cuando se hace de forma divergente. Lo cierto es que la individualidad no tiene sentido, aún cuando recae en la inobservancia de las reglas o un gusto cierto, puesto que el disentir esta encajado de manera programada y necesariamente entrará en una concepción de grupo conocida, clasificada y correspondiente a una taxonomia de lo que en la diferencia, es aceptable, coherente.

Los pensamientos entonces, han sido predeterminados en un esquema más o menos realizable que impide una contrarrestación al interior del mismo sistema, lo cual corresponde a una compensación, trazada para eliminar los riesgos de perdida de cohesión, y que la homogeneidad se marque aún en la diferencia. He indicado en más de una ocasión como la necesidad en orden con el querer, y el simple gusto, la escala de satisfacción, es lo primero que ha sido atacado por el ámbito moderno y en lo que practicamente se ha perdido toda batalla, puesto que parte del consciente esta continuamente invadido por el impulso, trasgredido este último por algún factor externo.

Los valores en sociedad han mutado gracias a la necesidad de inclusión en la misma, o al menos en el grueso de la población que determina cuáles son esas características, aún cuando el fondo de la discusión esté relamente establecido por una clara minoría. La humanidad es una masa maleable, dúctil, en la que toda suerte de influencias se debaten connstantemente para ocupar atención, porque esa atención implica un comportamiento que casi siempre resulta en un beneficio en extremo particula, el punto de quiebre de la masificación y de la homogeneidad.

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