miércoles, 2 de marzo de 2016

El vacío del alma y el pensamiento

Necesito escribir.
Esto no lo hago por un ejercicio efímero de angustioso y necio deseo de auto complacencia o por la virtud que pueda llegar a reflejar este espacio virtual, ante la constante (ja) afluencia de público con respecto a lo que me atrevo a publicar acá. No, no se trata de eso.
¿De qué se trata entonces?
Este es un escape, a esa realidad que me traga por cuenta de la angustia, de aquella propia de no hacer suficiente, combinada por el cansancio que se produce por hacer cosas que no están acordes con los deseos que se encuentran en aquellos rincones escabrosos de la mente, o quizá en ese espacio cuasi material y fenomenológico al que han relegado al alma.
Aún debo tener algo de eso.
No se trata solamente de un desasosiego que pueda confundirse con la desidia propia que generan las dinámicas de las sociedades en red, del conocimiento, la superación, el rendimiento, las tecnologías de la información y todo otra expresión tecnócrata, real o no, evidente o no, dolorosa o no... Es una cosa que va más allá y que quizá tiene que ver con la poca llegada de la necesaria energía al cerebro, luego de que el estómago no trabaje bien. Es tan grande la influencia de este órgano que casi quisiera hacer una elegía al aparato digestivo, un homenaje al eterno espacio devorador de alimento.
No, eso tampoco es, aunque tal vez influya, pero es que todo tiende a generar algún ruido, o mejor, todo tiene eco en nuestros pensamientos y en la forma en que nos relacionamos con el mundo.
En un estado difuso y contrario a lo ideal, las necesidades se hacen manifiestas y la propia idea de lo oscuro, la muerte y otros pensamientos oscuros si se quiere, tienen una manera especial de hacer transito, de llegar e irse, tomar el avión más próximo o jugar a las escondidas detrás de los parpados y encima de la ultima linea de expresión del rostro, de manera que se asomaran ante cualquier otra observación, cuando la mirada ya no esté cansada, los ojos hundidos, la boca seca o la sensación de espectralidad.
Tan real como vivo.

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