El ser es etéreo, eso no es ninguna revelación. Se debate entre ires y venires, y su forma de percibir, de concebir el mundo, se encuentra cambiando con una regularidad que asombra tanto como el propio accidente que posteriormente hace que todo se torne confuso, entrópico.
La regularidad y la determinación, sin embargo, son útiles, pues permiten agrupar todo lo que termina adaptándose al ritmo común, cotidiano, a lo que alguien más pensó, y alguien más configuro como correcto, como cierto. A algunos de estos aspectos se les conoce, en este mundo posmoderno, precisamente como posverdad, en donde la naturaleza de los discursos, la pereza propia por el debate ha hecho que todo se encuentre dicho, y que cualquiera con el poder suficiente para manejar o dirigir opiniones, sea en realidad quien tenga la batuta a la hora de pensar. Los demás solo siguen.
Bien, eso no obsta para hacer, para establecer relaciones de dependencia con circunstancias, con objetos que son inescapables como inefable es la misma consciencia que en realidad se resiste a ellos. Así es, tal para cual. Ha de hacerse lo debido, porque lo querido nos cuesta, tanto como lo hermoso hasta la vida, según el mismo poeta que alguna vez me enseñó que para ser y estar, para odiar y amar, he de partirme en dos.
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