En momentos así es cuando me premio de ser capaz de no olvidarme de respirar.
Ha llovido más de la cuenta. Más de lo que la misma lluvia puede soportar, y siento que el agua ya cae sin fuerza, sin ganas.
Todo el mundo se encuentra nuevamente en un espiral retorcido de agonía, de aquella que conlleva cargar con el peso de la enfermedad, y no ser capaz de tomar el reposo suficiente, de acatar el consejo médico, de seguir el sentido común. Maldito sentido común.
Ahora mismo me duele la falta de coherencia del otro, su incapacidad para ver por sí mismo, más allá de lo que las necesidades impuestas le susurran al oído.
Todo está mal. Tanto, que pronto algo habrá de colapsar y yo, espero no estar aquí cuando eso suceda.
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