martes, 25 de marzo de 2014

Normal

Desde julio hasta acá, he iniciado no menos de 17 entradas. Algunas de ellas vienen desde hace más de un año, otras tantas han sido pensamientos, quejas, diatribas o simples especulaciones que no han visto la luz por la falta de tiempo (?). Claro.

En su momento me ocupé de justificar ese fenómeno, dejando claro que incluso en una vida como la mía, hay una sucesión de momentos que en todo caso permite algunos instantes para la escritura. Sin embargo, me ocupo a diario de escribir, para una u otra cosa; para lograr que algunas cosas sucedan y para evitar otras. Por lo general no tomo crédito de aquello que escribo y casi siempre los beneficios directos o indirectos de lo logrado, no recaen en mí de forma alguna, por lo que casi todas esas palabras son tan vacías que no cuentan como una expresión de mi parte. Aún con todo lo anterior, producen agotamiento.

Agotamiento, aburrimiento, malestar derivado del solo transcurso del tiempo y de la ejecución de la rutina. Un suceso tras otro me ha llevado a pensar que hay poco por hacer cuando se debe comer, y que no se trata solamente de cerrarse a la zona de confort que los nuevos gurús de la vida se vanaglorian en delimitar para luego convencer a la gente de traspasar, nada diferente a obligar a la gente a vencer sus temores a fracasar, con el fin de que luego el fracaso les resulte más cómodo, más familiar.

Por alguna razón he sentido la necesidad nuevamente de escribir, de decir algo o de dejar de callar tanto, como tan poco, sin embargo las palabra se estancan porque el motor de su vuelo carece del combustible necesario, y siento que hay mucho que se está perdiendo, al menos de aquello que puede ser expresado para mi propio bienestar.

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