Han pasado ya un poco más de tres meses y este espacio que se supone sirve entre otras cosas para garantizar (de alguna manera) la integridad de mi mente ha estado desocupado, libre de pensamientos, reflexiones y especulaciones. Tal vez yo no haya estado como tal desocupado, o tal vez me he ocupado de mala manera, como todo conmigo. Toda explicación es insuficiente, y lamentable, porque me lleva a las continuas razones de antes, las excusas del ayer que aún son las del hoy, lo que vuelve cada día una parte de un ciclo, un paso dentro de la misma curva del espiral. Y lo tengo tan claro que realmente no me es posible planear una escapatoria.
Es curioso como pasan las cosas, un movimiento en la rutina el cual tal vez no resultó de la manera planeada, porque toda estrategia puede adolecer de ese defecto ajeno, y seguramente es una proyección de culpa, sin embargo la seguridad y la consecuencia son efectos y virtudes personales que no deberían tener una consecuencia tan adversa, pero está el otro.
La otredad siempre ha llamado mi atención como una parte necesaria de lo relacional, por simples razones como que se hace inevitable, aún a pesar de la mejor interacción con cuadrúpedos e inanimados, con el sol, la luna, las estrellas y el viento. No, el otro no se va, no puede eliminarse, y de cierta manera tampoco puede ser del todo evadido.
De esta manera resulta no menos que imposible llevar una vida que pristinamente no cuente con el factor humano externo, y en mi caso esa realidad cuenta con una fuerza absoluta ante la externalidad, por la misma razón de ausencia de poder y libertad de la que ya me he ocupado. Vivir en estado de consciencia, así sea de manera parcial resulta complejo, conlleva un alejamiento de lo que está naturalmente establecido y que de manera clara es insuficiente.
Mi cabeza entonces se ocupa en circunstancias problemáticas generadas por otros, con soluciones, tiempos y determinaciones que exceden lo que puede ser considerado como cierto, justo o coherente. Plazos, indicaciones y contraindicaciones, todo esto amarrado a la necesidad, o simplemente a la falsa seguridad y a la misma desidia de enfrentarse a cualquier cambio, salvo que el mismo esté correctamente planeado y se corresponda con un estilo de vida, con un deber ser en términos del ser, una existencia agotada y que no tiene más asiento que la propia certeza de llegar al día siguiente, pero buscando un plan a futuro. Un estado de contradicción, un sinsentido que parte de una idea impropia, que a su vez desemboca en una consecuencia incierta, incompatible, indeseada.
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