jueves, 15 de febrero de 2018

Recuerdo onírico

A veces, solo a veces recuerdo con claridad lo que ha sido objeto de mis sueños. Eso podría explicarse en que en la mayoría de casos, todos y cada uno de mis pensamientos se concentran muchas veces en lo que pasa durante el día, o durante el tiempo que paso despierto. Mi realidad es una que no se corresponde del todo con la finitud del espacio como nos lo han enseñado. La fantasía, la imaginación, lo etéreo, todo aquello hace parte de mi cotidianidad y, en cierta medida, es lo que me impide perder la cordura.

La cordura, tal vez esto sea algo sobrevalorado, algo que solo sirve para las clasificaciones del rendimiento. Aquellas etiquetas con que nos adornan con el fin de que entremos en la dinámica del establecimiento, para que obedezcamos y neguemos cualquier capacidad crítica, porque la misma quizá sea una locura y es que ¿para qué contradecir lo que está tan bien con el mundo? Salirnos de nuestro lugar de obediencia y de confort está mal y lo único que podemos hacer es usar aquellos espacios bien definidos que nos dan, para quejarnos, para hacer uso de lo propio, para hacer parte del sistema al tiempo que hacemos algo por mejorarlo.

Tomado de: https://pixabay.com/es/fantas%C3%ADa-la-luz-estado-de-%C3%A1nimo-2861107/
Me hallaba en un salón extraño, amplio y lleno de toda clase de formas de iluminación precaria: velas, candelabros y lámparas de gas. Pero lo que primaba era una poquísima luz que hacía que todas las cosas describieran largas y poderosas sombras. Aquel era un baile de formas sombrías, una danza de espectros en donde el personaje principal parecía dirigir el conjunto armónico de músicos invisibles a través de una batuta un tanto extraña.

Se trataba de un pincel. Sus cerdas negras suaves cubiertas de algún tipo de pintura escarlata como si un momento cualquier antes de aquella escena aquel instrumento se hubiera usado para atravesar el cuerpo de alguien. Sangre espesa, líquido vital.

El lienzo, por su parte, era una extraña tela oscura montada sobre un caballete hecho en un material oscuro, con el brillo de la piedra pulida, pero la apariencia de la madera de ébano.

Los movimientos del pincel no solo generaban la música de la estancia y daban forma al baile espectral, además iban formando una silueta carmesí sobre la extraña y oscura tela.

El pintor se extrañó con lo que pareció ser su última pincelada.

Desperté.

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