Por qué negarse a la consciencia. Por qué vivir una vida cargada hacia la sola satisfacción de las más básicas de las necesidades. Una existencia que se ocupe de seguir cada una de las reglas que nos encontremos. Un vivir que se centre en el verbo estar antes que en el ser, porque aquella es una existencia cómoda, un ejercicio de lo que llaman la zona de confort. No aquel eslogan de las agencias de viajes que buscan que los millennials no posean nada y que vivan de trabajo en trabajo, así como de viaje en viaje; porque incluso aquella es la comodidad del sistema, al abrigo de las verdades que se entienden como absolutas en la medida en que son compartidas y repetidas por mucho más que una generación.
Mejor un camino llano, que enfrentarse a cualquier clase de abultamiento, de bache. Es mejor aquello que nos resulta simple a pesar de que mine nuestras ganas de vivir, a pesar de que no sirva más que para darnos un nuevo día. Aunque igual no se darán cuenta porque estarán ocupados haciendo caso, y su inconsciente, por el contrario, los empujará a las más oscuras lagunas de la mente, a la zozobra del espíritu. Sobrevivir antes que vivir; robar un aire que podría ser respirado por quienes sí tienen en cuenta algo de entorno, quienes consideran a través de su razón. Quienes usan su consciencia, quienes se detienen, por un instante al menos, a pensar.
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