martes, 21 de octubre de 2014

Martes: desafío de paciencia

Nada como el medio día para sentarse a escribir... Bueno, en realidad ya estaba sentado desde hace rato, ocupado con las crecientes o constantes cargas laborales, porque siempre habrá algo para hacer, igual que constantemente hay algo que decir, pero como no me atrevo tan a menudo como debería, pues todo se queda en una afirmación con tintes axiomáticos.

Lo primero es hacer un paréntesis de claridad existencial, en cuanto a que mi espacio está colmado en este momento, mezclado, con la sazón oficinística en amalgama con los aliños típicos de la cocina de mi país. En realidad, el olor a comida de los demás me distrae bastante, y tengo la 'fortuna' de trabajar cerca del lugar en que la gente calienta sus almuerzos, y come. Porque mi suerte siempre es de este talante. Aunque la suerte no es tanto por el olor de las comidas, es un poco más por el asunto de las charlas, de esas amenas conversaciones de medio día que supongo, hacen más cómoda cada una de las comidas, porque la palabra es digestiva. Han pasado casi dos horas y aún concurren personas a tomar parte en discusiones variadas, casi todas sobre experiencias personales y sucesos de la cotidianidad, de aquella relativa a la mecánica familiar de cada cual, y de cuando en cuando, las dinámicas del trabajo, porque nada mejor que hablar de lo rutinario para escapar de la rutina.

Algunas personas que me conocen, saben perfectamente que tengo un potente sentido del olfato, acompañado de un no menos efectivo sentido del oído. Escuchar, gustar y oler, son cosas que me agradan y le dan un poco más de experiencia a cada uno de mis días, lo malo es que cada cuanto me encuentro con que huele a rayos, apesta a m', porque como lo he dicho antes, esta ciudad está cagada, sin contar con que varios seres humanos la marcan diariamente a la mejor manera canina; Y en cuanto al ruido ni se diga, hace parte del diario vivir el constante martilleo, los motores, los estallidos, los pitos, las sirenas, la calle está compuesta principalmente por ruido, continuo y desesperante, de aquel que hace que las personas huyan cada vez que pueden, lejos de sus vidas, porque todo se hace a la mala, nada está bien y siempre habrá algo de que quejarse. En todo caso, el volumen del habla de otros también es exagerado, tanto para cualquier conversación de hora de almuerzo como para la exposición más elemental de ideas, al parecer porque los argumentos hacen eco según el tono con que se disparen, por encima de los demás para ratificar su peso.

Creo que he expuesto mi punto, porque a esta hora, ya colmado aquel ejercicio de tolerancia extrema al que me he visto obligado, he tenido que ocupar mis oídos con música a un volumen lo suficientemente alto como para acallar todas esas molestias. La otredad siempre será un asunto que me apasione, aun cuando resista su sola presencia, pero he de empezar a tomar las cosas con mejor y mayor humor, en tanto describo el lascivo comportamiento, la falta de toda cultura y la especificidad del ratón de a pie, que diferente a cada cual gato, solamente se ocupa de estorbar, ensuciar y hacerse odiar, es decir, empezaré a exorcizar ratas, conviertiéndolos de a poco en felinos... Si, claro.

Pido perdón a los ratones y ratas, puesto que no es justo que los compare con los odiosos chibcho-sapiens, pero ni modo, tenía que ilustrar mi punto de alguna manera.

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