En este mundo, la existencia propia contempla tantos demonios que al fin de cuentas uno termina pareciéndose a alguno de ellos. Los demonios se crean, nacen de la mera existencia, como manifestación de la otredad de sí mismo, como una forma de exaltación de la capacidad humana, más allá de una sola dimensión, completa, compleja y diversa. De esta manera no resulta solo un ejercicio de claridad, sanidad o limpieza mental el deshacerse progresivamente de todos ellos... no, va más allá y se deriva de alguno que otro problema en términos de lo que se siente, de lo que está más adentro, o profundamente atravesado entre las dimensiones del ser, del estar de la consciencia como forma autorreflexiva de conocimiento, esa determinación racional que en principio explica como se es de una manera algo más, o diferente en todo caso a las manifestaciones más sencillas dentro del espectro animal.
Quizá esto resulte incompleto en la medida en que no es tan cierto el grado de conocimiento que se tiene de ese otro, pero la arrogancia lleva a quien analiza, a partir de un discurso según el cual su posición es privilegiada y deviene de la configuración de diferentes factores en su favor. En todo caso la razón resulta siendo la culpable de toda esta suerte de conjeturas, certezas e interrogantes, tantas cosas que frente a una u otra dimensión, sirven para determinar un estado real, hasta cierto sentido, según el cual cada uno es un ser dotado, al menos de una posibilidad de realizar juicios, valoraciones y de sacar conclusiones con base en la experiencia, el conocimiento y la observación de cualquier naturaleza y coherente con cualquier grado de entrenamiento.
Quizá esto resulte incompleto en la medida en que no es tan cierto el grado de conocimiento que se tiene de ese otro, pero la arrogancia lleva a quien analiza, a partir de un discurso según el cual su posición es privilegiada y deviene de la configuración de diferentes factores en su favor. En todo caso la razón resulta siendo la culpable de toda esta suerte de conjeturas, certezas e interrogantes, tantas cosas que frente a una u otra dimensión, sirven para determinar un estado real, hasta cierto sentido, según el cual cada uno es un ser dotado, al menos de una posibilidad de realizar juicios, valoraciones y de sacar conclusiones con base en la experiencia, el conocimiento y la observación de cualquier naturaleza y coherente con cualquier grado de entrenamiento.
Tomado de: https://pixabay.com/es/calaveras-horror-muerte-623532/ |
El privilegio de la razón resulta en algo menos que una licencia para hacer de todo cuanto se ha querido, la libertad que se predica del sujeto, individuo, de la persona, para desarrollarse, expresarse o cualquier otro aspecto que se derive de sus diferentes juicios y razonamientos. Se actúa frente a sí e incluso frente al otro, guardando las proporciones de la respuesta posible y con ello acatando los ordenes superiores que establece la sociedad en conjunto de acuerdo con las posibilidades de coacción, coerción o de reproche.
Los seres complejos, y tan racionales como se puede, producen a su vez razones, formas de sustentar sus dinámicas relacionales, sus maneras básicas y no tanto como respuesta hacia el otro, sino como desarrollo de la condición humana, pues por cuenta aun de la más compleja de las personalidades, y el más enrevesado sistema de valores o principios, e incluso cuando se trata de comportamientos o individuos desviados de lo que dicta la normalidad social, lo aceptado, lo tolerado, lo que es síntoma de sanidad, normalidad, civismo, respeto, es tomado casi que como un axioma.
Estos principios o normas básicos de la humanidad, son tomados también como condición diciente de la vida en sociedad y por tanto de civilización, aun cuando se distinga entre las complejas brechas culturales de oriente y occidente.
Los demonios, se corresponden con todas las culturas, con todos los espectros de pensamiento, cosmogonías, y toda forma de asentamiento social. Tienen que ver con la forma que toma la maldad personal, aun cuando se culpe o no de la misma a una fuerza extraña, ajena, sobrenatural incluso. Lo cierto es que la oscuridad, el aspecto que toma el deseo o el querer sobre acciones o consecuencias dañinas o naturalmente incompatibles con lo que se ha considerado como normal o valioso, es una constante en toda la actividad humana.
Pero mi referencia es a los demonios del pensamiento, a los conflictos del alma, a la forma que toman nuestras frustraciones, temores y pesares. Cuando el sentir permea todas las otras manifestaciones de nuestra razón, arrastrándonos por callejones oscuros, por pasajes fríos, húmedos e incómodos en que nuestra sanidad es puesta a prueba.
Estos demonios están allí por alguna necesidad de nuestro ser, para salir o materializarse de alguna manera, y para algunos se convierten en la materia prima de sus creaciones, o en el sustento de su mal comportamiento y en la esencia de su maltrato a otros, en una excusa, o en una justificación.
El mal está ahí, adentro, sumergido en el corazón de cada cual, y perdura, es eterno y constante, tanto o más que la propia bondad humana.
Los seres complejos, y tan racionales como se puede, producen a su vez razones, formas de sustentar sus dinámicas relacionales, sus maneras básicas y no tanto como respuesta hacia el otro, sino como desarrollo de la condición humana, pues por cuenta aun de la más compleja de las personalidades, y el más enrevesado sistema de valores o principios, e incluso cuando se trata de comportamientos o individuos desviados de lo que dicta la normalidad social, lo aceptado, lo tolerado, lo que es síntoma de sanidad, normalidad, civismo, respeto, es tomado casi que como un axioma.
Estos principios o normas básicos de la humanidad, son tomados también como condición diciente de la vida en sociedad y por tanto de civilización, aun cuando se distinga entre las complejas brechas culturales de oriente y occidente.
Los demonios, se corresponden con todas las culturas, con todos los espectros de pensamiento, cosmogonías, y toda forma de asentamiento social. Tienen que ver con la forma que toma la maldad personal, aun cuando se culpe o no de la misma a una fuerza extraña, ajena, sobrenatural incluso. Lo cierto es que la oscuridad, el aspecto que toma el deseo o el querer sobre acciones o consecuencias dañinas o naturalmente incompatibles con lo que se ha considerado como normal o valioso, es una constante en toda la actividad humana.
Pero mi referencia es a los demonios del pensamiento, a los conflictos del alma, a la forma que toman nuestras frustraciones, temores y pesares. Cuando el sentir permea todas las otras manifestaciones de nuestra razón, arrastrándonos por callejones oscuros, por pasajes fríos, húmedos e incómodos en que nuestra sanidad es puesta a prueba.
Estos demonios están allí por alguna necesidad de nuestro ser, para salir o materializarse de alguna manera, y para algunos se convierten en la materia prima de sus creaciones, o en el sustento de su mal comportamiento y en la esencia de su maltrato a otros, en una excusa, o en una justificación.
El mal está ahí, adentro, sumergido en el corazón de cada cual, y perdura, es eterno y constante, tanto o más que la propia bondad humana.