Alguna vez escribí tan solo el título de la presente entrada. Hoy que quise simplemente volver a ver, establecer que era eso que dejé inacabado, pues sorpresa. Nada. Únicamente el título. Es como si en algún momento hubiera tenido una idea para hacer una entrada y luego pufff, de esa forma en que desaparece la inspiración y en que todo se va a la mierda.
Me gustaría ocuparme de todas esas cosas que se dicen para establecer puentes entre el deber ser y el ser, o entre el ser y el estar o que, en todo caso, sirven para que las personas puedan vivir consigo mismas. Es la naturaleza del ser humano, el engaño.
Pero, ¿por qué tendrían que haber justificaciones? en especial aquellas que son osadas, cínicas, descaradas e ignorantes (lo de las "inocentes" me lo reservo, por ahora). Vivimos en un mundo que, como quizá ya lo haya dicho antes, tiene poco de progresivo, en donde las convenciones morales nos dieron las bases para vivir unos con otros sin matarnos, pero en donde también se han pervertido varias dinámicas de relación, pero sobre todo de comunicación. Y me refiero a la relación porque esta se establece con casi toda otra persona con la que uno se cruza durante su vida, salvo los casos de extrema eventualidad, aquellos incidentales que pasan, y que tan solo quedan como pequeñas motas en el polvo de la memoria. Algunas veces se quitan, pero otras veces no.
Entonces, para establecer relaciones se tiene que pasar por toda una serie de convencionalismos y formalidades, algunos muy propios de lo que sucede cuando una persona se enfrenta a otra, y en tal caso necesarios. Como aquellos pasos que el algoritmo relacional exige de todos y cada uno de nosotros. Y claro, son cosas que pueden o no seguirse bajo una lógica consciente, porque, como ya lo he dicho en varias ocasiones, las personas pueden vivir casi que en piloto automático, el desarrollo del mundo, la evolución de la cultura y el devenir de la ciencia y la técnica han hecho que cada vez se pueda pensar menos, y como pensar es problemático (a veces doloroso) pues la gente prefiere no hacerlo. De esta forma es más fácil responder al libreto del que nos ha dotado la cultura y hacer medio millón de veces aquello que es cómodo, conforme, conveniente. Eso es y no es pereza, pero en otro momento me referiré a ello.
Lo siguiente lo ilustraré con un ejemplo. Podemos llegar tarde a todos lados en la medida en que sabemos que la sobresaturación de personas, la mala planeación y administración de las ciudades así como en general toda la infraestructura de transporte es, cuando menos, deficiente. Así las cosas, la excusa perfecta para quedar mal con los compromisos, para eludir las más básicas responsabilidades en relación con el tiempo de los demás, se queda en un encogerse de hombros que representa la incapacidad para luchar contra aquellas circunstancias insalvables. ¿Y qué pasaría si acaso sales más temprano? ¿Qué pasaría si tienes en cuenta, precisamente, aquello que ya conoces por demás y que no es otra cosa que la realidad del entorno en que te mueves?
Tenemos entonces toda clase de justificaciones de todo orden. Los cinicos nos escudamos en el cinismo para ser como somos, cada cual se aboca a la defensa de la misma naturaleza humana tan solo para establecer una condición inamovible de cosas que están mal. Es como si se aceptara que lo que está mal con este conjunto humano así lo es y no hay formula de cambio, a pesar de que la historia de esta especie es la del cambio, la adaptación y la evolución.
Pero algunos se han querido quedar estancados, sumidos en ese oceano de circunstancias que nada importan pero que constituyen toda una vida. El estrés por las pequeñas situaciones para las que, igual, se va a tomar un camino predefinido; la ansiedad por aquello que se ha querido pero por lo que cuesta trabajar en la medida en que todo esfuerzo parece costar el doble, ya que hay que trabajar; la inmediatez que nos hace torpes para hablar, perezoso y brutos a la hora de pensar, conocer y saber; Aquella angustia y necesidad de que el tiempo pase, de que llegue aquel mañana que seguro traerá un amanecer en que no haya que lidiar con el otro, en que no haya que acceder al limitado abanico de respuestas y acciones que nos han enseñado, en que tan solo se pueda ser aquel ente que consume, y que se desconecta de los demás, haciendose uno más con aquel apendice iluminado de cuya bateria depende nuestro estado de ánimo. Pero a la final nada de esto importa, porque también es una justificación, quizá la más inocente, aquella que está dictada por las circunstancias.
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