Estoy y estaré siempre de pelea constante con el mundo oficinesco, la razón es muy sencilla: apesta.
Me explico. Todo el tiempo la gente está haciendo ruido, mucho ruido, tanto que a veces me parece la usanza de una plaza de mercado, aunque la diferencia es que no hay techos altos que permitan que el ruido escape, y tampoco estan los maravillosos productos frescos que hacen que el ambiente se diluya entre la promesa de algo bien preparado, o de una comida deliciosa. Además, a eso debemos sumarle el ruido constante de los teléfonos que repican insesantes, muchas veces sin que nadie los atienda dado que el oficinista promedio está siempre muy ocupado. Están además los sonidos producidos por las sillas vetustas gimiendo por el peso constante y el reclinar de quien a diario las maltrata con su peso, los zapatos de tacón que acompañan a cada una de las corbatas, faldas y pantalones que indistintamente al género o al sexo, comportan una cacofonía de ires y venidas entre deberes que parecen nunca terminar...
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