Hace más de un año que no escribo nada en este blog. Muchas veces he pasado por periodos similares de falta de alimento a este sitio que, realmente, es el precursor de todos mis demás escritos. Así, tal cual. No he dejado de escribir, solo lo he hecho de forma metódica ante compromisos y no por terapia y gusto principalmente. Incluso he comprobado, nuevamente, la angustia que implica el hacer algo de forma profesional. Esto es lo que genera ansiedad y complica la vida de todo tipo de artistas, a pesar de lo liberador que es el arte en general. Nos han vendido la idea, al igual que muchas otras, de que la felicidad es el punto máximo de inflexión de la constante que es la vida, una meta alcanzable de hedonismo en la cual lo que se busca es la satisfacción y un ocio activo que está acompañado siempre de alguna otra experiencia, todas de carácter aspiracional. Por eso quienes más captan likes en redes sociales son aquellas personas que nos enseñan la vida como debe ser, al margen de que en realidad su vida sea vacía o no encuentre un sentido mayor que el de la necesidad continua de aprobación por cuenta de estar "compartiendo" su vida, mostrando su éxito, porque este último es adictivo y atractivo de forma que al margen del tamaño de tu pene o de tus músculos, si eres exitoso, tendrás tanto sex appeal como si tuvieras rasgos perfectos y un abdomen de película de superhéroes.
Hoy me cuestiono sobre el ser y el deber ser y sobre las posibilidades de la consciencia, que mengua, que se adormece, pero que eventualmente lo remueve a uno de nuevo para salir del anestesiado ritmo de la cotidianidad; porque el ruido, la gente, el afán, la ansiedad pueril de todos, lo único que hacen es someter. Derrumbar y destruir.