Fuente: Imagen propia. |
Luego de haber pasado por múltiples escenarios, aeropuertos, ciudades, cielos y personas... No tengo nada que contar.
Es un poco triste, pero creo que es un tanto porque estos viajes fueron por trabajo, los cuales -valga decir- reafirmaron el gusto exagerado que tengo por mi propia cama, por el techo de mi habitación, por el frío inclemente de esta, mi ciudad...
Los que acuden al típico: "qué bueno cambiar de ambiente", o "qué rico viajar", es porque son amantes de la incomodidad, o porque nunca salen de sus rutinas y las mismas los tienen al borde del suicidio. Bueno, no es que yo sea del todo ajeno a la rutina y sus efectos, pero he tratado siempre de darle pequeños giros a cada día y tomarle un poco el pelo a lo cotidiano. De igual manera he tomado decisiones estratégicas que han protegido mi existencia del peso de un día muy estandarizado, aunque eso no viene al caso de esta entrada.
Lo importante es, claro, es delicioso viajar, los aviones brindan perspectivas únicas de cada latitud por la que uno sobrevuela, pero cuando es trabajo, con madrugadas y llegadas tarde, todo cambia. En mi caso me resulta agradable como todo se ve tan pequeño, me siento siempre abrumado por el cielo, sus colores, las nubes... Sin embargo tal como lo mencioné, no es nada deseable, madrugar en exceso para tomar un vuelo a primera hora, esto sumado a tener que esperar, hacer filas, los retrasos de los vuelos, los controles y otras cosas tan incómodas, las que hacen que la experiencia reiterada no resulte tan gratificante como debiera.
Sigo creyendo que los mejores viajes son aquellos que se hacen por propio gusto, los que tienen como objetivo descansar, o conocer, y que están motivados hacía y desde cada uno, pero definitivamente si hace muy a menudo ya se vuelve agotador. Ah y claramente, gran parte de la culpa de esto, es de la temporada...
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