El tiempo correcto nunca es el tiempo presente. Vivimos a la sombra de una sensación cronológica discontinua, pero que tiene, por cuestiones culturales, ampliamente embebida la idea de continuidad. Nos enseñan desde siempre a pensar en líneas, a desconocer los puntos y a rechazar las curvas, y ni qué decir de las complicadas formulas senoidales, de aquellas basadas en más de dos ejes, de aquel mundo más allá de la simple dicotomía cartersiana, maniquea o binaria que reconoce tan solo lo que nos da alguna opción sencilla para la elección o el descarte.
Y es que la vida por cuenta del descarte es la más sencilla, se escoge el menor de los males por la pereza de buscar aquella opción no obvia que puede ser, en efecto, buena. Se acepta sin más cada cosa que alguien más dice, por quien es, porque la falacia hace tiempo contaminó las más básicas capacidades del raciocinio. Se da vuelta sobre una idea, se ataca al que no piensa como uno -o como le han dicho a uno que piense-, se hacen generalizaciones a toda carrera, se parte de la cuestión para hallar la respuesta y viceverza, y siempre se usa aquel ridículo de cajón, que parte de aquello que nos han mostrado como humor, para no prestar atención a lo poco valioso que dice el otro. Sí, es poco porque ese otro también está afectado por los mismos males, porque es otro, uno más, aquel, el que se distancia de mí tanto como lo permite el territorio. Tanto como lo deja ser la circunstancia.
Los ciclos sirven para dar algo de sentido, una sensación de cierre a estas vidas que no resisten los bucles, que parecen no querer quedarse sometidas a una rutina, pero que en el fondo lo buscan. Aquella es una dimensión absurda de una existencia que siempre se encuentra en eterna contradicción: buscar la estabilidad para luego querer morirse por someterse a ella. Pero todo lo que se repite tiende a a mejorar en algo lo repetido. Es con la práctica constante que nos hacemos mejores en cualquier acción u oficio, pero cuando se trata de algunos aspectos de nuestra vida, la repetición se hace rutina, y la rutina se establece dentro de lo cotidiano como algo que encierra a cada cual dentro de un escenario en que sus libertades quedan coartadas. ¿Libertad de qué?
¿Libertad para qué?
Ha de servir al menos para protestar, para no ahogar los gritos de desespero, aun cuando estos tengan que tener el volumen de las letras escritas, aún cuando estos tengan que quedarse en un Blog que nadie lee.
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