Imagen tomada de http://www.elcorreo.com/noticias/201507/22/media/cortadas/throwboy_emoji_pillows--575x323.jpg porque a darle por el #$% al internet. |
En un texto de naturaleza mas académica que cualquier especulación de este sitio, dediqué unas líneas a hablar de los pormenores de la sociedad del conocimiento y de la información, así como de los denominados "nativos digitales" y los millennials, tanto desde una perspectiva de estudios culturales como desde una propiamente a partir del consumo. Curiosamente según los estudios que consulté para ese texto, soy un millennial, en tanto "crecí" en cierta manera, de la mano de las tecnologías de la información y las comunicaciones en red, de manera que mi esquema de pensamiento es 80% desde una realidad afin a la tecnología y un 20% desde lo analógico y las dinámicas propias a los tiempos que me precedieron (un claro ejemplo del principio de Pareto). En todo caso, entiendo el papel de estos medios y de la tecnología como extensión de la personalidad digital y por tanto he valorado siempre o al menos tenido en cuenta la importancia que representa para el colectivo que tiene un 100% de perspectiva y cosmovisión digital, cosas como los perfiles, los canales virtuales de comunicación y en particular las redes sociales.
En esto días me parece que cobra nuevamente relevancia esto que escribí en algún momento y que se relacionaba con la que en su momento era la principal red social existente. El poder de la comunicación, la opinión (de eso prefiero no hablar por ahora, para no extenderme) y la conectividad para efectos de compartir pensamientos, ideas o productos intelectuales (de cualquier naturaleza), no tiene un límite perceptible.
Existen personas para las cuales el móvil, teléfono celular o "smartphone" es una extensión de su ser, y para las cuales las actividades, actitudes y dinámicas de lo virtual, se extienden hasta lo análogo. Los "emojis" desde hace un tiempo se naturalizaron y la comunicación a través del "chat" (sea cual sea la aplicación) nos resulta lo más natural de la existencia. Pues bien, yo pasé por toda la evolución del teléfono, desde aquel que estaba irremediablemente fijado a través de un cable y por medio de una bocina completa que ya parece un adorno de museo, hasta cada uno de los modelos y tecnologías móviles que permitieron llevar la capacidad de comunicación a cualquier lado y hacer llamadas, transmitir mensajes y posteriormente mantener una correcta y continua monitorización del otro a través de plataformas que permiten no menos que un ciberacoso.
No pasa un momento sin que aquel otro u otra, con una significancia media o incluso superflua (entran todos los tipos de relaciones personales, familiares y profesionales) entren en nuestro espacio personal a través de ese apéndice sobredimensionado por las propias dinámicas de consumo, que nos obliga a permanecer en línea, a estar disponible. Poco queda del espacio para la introspección, para la necesaria soledad que en principio se supone que hace crecer a la persona. Nuestra sociedad se ha convertido en un monstruo interconectado que se encuentra cercano a la dinámica de una mente estructurada a partir de un pensamiento colmenar (de colmena) en donde para hacer las cosas más complejas (o fáciles para los involucrados) existen tendencias y líderes de opinión, en donde las primeras marcan una selectividad o un filtro dentro del complejo mar de información de toda la red, y los segundos marcan un principio orientador de las opiniones de otros.
Los paradigmas actuales imponen una cultura que se centra en una concepción con una falacia redundante y cíclica con respecto al derecho a opinar, la validez de las afirmaciones y la inviolabilidad de los derechos de cada quien, sin contar con una filosofía de vida que da cuenta de unos valores inmutables, encuadrados en principios liberales entendidos de la forma más conservadora posible. En pocas palabras, se tienen derechos absolutos, en especial cuando estas prerrogativas corresponden con el ideal de la misma tendencia, y por otro lado se resaltan aspectos de la individualidad que rayan en lo ridículo cuando la misma se encuadra en mecánicas de cohesión que niegan el sentido del pensamiento crítico e individual.
Internet trata por todos los medios de colmar mi paciencia, y si bien en gran parte sigo los "feeds" ultra repetitivos de mis contactos, "amigos" y "conocidos" en las diferentes redes sociales, he dejado de lado casi todo tipo de interacción, comentario u "opinión" en la medida en que ya no encuentro productivo este tipo de escenarios de comunicación. Cada suceso informativo que adorna la cotidianidad, en principio se encuentra mediado por un emisor que tiene por lo general una intención de tráfico de "clicks", de manera que existen muchísimos sesgos, desde la fuente incluso.
Esto no es nada novedoso y se dio como resultado de la dinámica que impuso el capitalismo voraz, aquel que ha predado cada espacio del desarrollo humano que ha podido y que quizá logre que todo esto que conocemos (y que algunos a veces nos atrevemos a valorar), desaparezca entre un mar de "likes" y un oceano de opiniones, todas tan válidas como la anterior, así no tengan ningún propósito útil.
Pero además de unas fuentes sesgadas y de un ambiente que cada 3 líneas de texto tiene alguna pauta, referente comercial o sugerente (enteramente personalizado eso sí) que nos lleva a pensar en lo próximo en que gastaremos nuestro dinero, adicional a todo esto tenemos un sinnúmero de personas que dirigen nuestras opiniones, el 95% de ellos pagos. Pagados por todas esas compañías que se ven beneficiadas tanto del mismo funcionamiento del internet, como del negocio multimillonario que implica la publicidad, tan solo superada por la industria del entretenimiento y la cultura, de la cual tampoco quisiera hablar ya que podría reventar la burbuja de más de uno (eso suponiendo que alguien lea este texto).
Estamos bombardeados de referentes para pensar, de sugerencias que parten de la concepción de nuestras ideas, hasta la formación de nuestros valores, todo a través de un universo de información que nos fue vendida como gratuita, y que para los efectos de lo que afecta a nuestras decisiones, tiene un precio bastante alto que desgraciadamente no nos es retribuido, y por más que personajes como Mark Zuckerberg, Bill Gates, o Steve Jobs, hayan donado (especialmente y que yo sepa los dos primeros) una buena parte de sus fortunas a los menos afortunados que ellos, lo cierto es que esas fortunas las hicieron construyendo este mundo que hoy gobierna nuestros destinos, estas dinámicas y mecánicas de interacción que precisamente sirven para que otras personas se lucren de nuestra falta de determinación para con el tiempo libre, de nuestra ignorancia, de nuestra soledad, de nuestra necesidad de aceptación y de aquella necesidad que como seres sociales tan solo vinimos a desarrollar a través de la reducción de nuestro espectro visual a aquella pantalla sobre la cual ahora parecen gravitar nuestras vidas.
En mi propio caso el aumento progresivo de la procrastinación ha tenido que ver en mucho por cuenta de 4 fenómenos en su orden: i) los programas para la difusión de contenido audiovisual de carácter "gratuito", en especial Youtube; ii) las redes sociales, iii) los juegos móviles de estrategia en "tiempo real", y iv) las aplicaciones para mensajería instantánea. El problema es que cualquiera de ellos lleva sin falta a uno de los otros, y es un constante motivo para la interrupción de lo laboral y de toda otra suerte de proyectos dentro de los cuales tengo que destacar este blog y los escritos que antes veían la luz de manera mas o menos constante.
Claro, es un completa ligereza de mi parte echarle la culpa a estas herramientas que solo están allí para intentar "mejorar mi vida", pero lo cierto es que es muy fácil dejarse llevar por cualquiera de estos fenómenos si se tiene en cuenta que más de la mitad de personas de este país está conectado a internet, y hay un poco más de 14 millones de smartphones en circulación (Según el MinTic), y eso teniendo en cuenta que esta golpeada república tiene un avance en este tema que estaría rezagado al menos frente a otros 4 países latinoamericanos. Mejor dicho, no es mi culpa, dado que la norma (lo normal) es que se posea un smartphone y a través de él que se acceda (consuma) y produzca, todo tipo de contenido.
Realmente por más que hago memoria, no logro recordar en qué ocupaba mi tiempo "libre" en la época en la que no existía esa facilidad de acceso a la información. ¿Qué hacia para pasar el tiempo en medio de un largo día? ¿Cómo me proveía de contenidos ligeros y superfluos?
En realidad si recuerdo, pero el objetivo de este texto (que ya está muy largo para cualquier millennial), no es otro que quejarme del internet y pedirle que me deje en paz, mandarlo un poquito al carajo y decirle que ya estoy harto de sus conflictos de opinión que resumen los males heredados del pensamiento colonial, que demuestran que poco o nada ha avanzado nuestra sociedad en términos de inclusión (real), de tolerancia y respeto, porque cada opinión, cada comentario que leo, cada nuevo video repetitivo que consumo, tan solo me muestra que nuestras formas de pensamiento se quedaron rezagadas en siglos anteriores de los cuales ya solo conocemos por cuenta de una nostalgia impuesta (como todas las nostalgias de internet) adornada de filtros y sometida al escrutinio de los "likes", pero se encuentra estructurada de una forma más "democrática" en donde se le permite a todo el mundo pensar y opinar, siempre y cuando sea una persona "nice" o de bien, y por supuesto tenga el perfil del buen ciudadano, el buen cristiano y demás, así en el fondo no haya otra cosa que racismo, sexismo, determinismos y violencias políticas, étnicas y de género. Asco de mundo en el que vivimos, que tiene una esencia disfrazada a través de todas estas corrientes de pensamiento y de opinión que en realidad, nos están llevando a la anomia y a la extinción del pensamiento crítico.
Por favor internet, ya déjame en paz.
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