Como me gustaría que fuera nuevamente 2008, que no existieran las redes sociales, que volviéramos a usar el internet para conectar nuestros pensamientos 'largos', reflexiones profundas, especulaciones y estimaciones. Pero esto es un imposible en una sociedad en que la mitad de las personas creen que lo saben todo por cuenta de su capacidad para consultar a su deidad personal absoluta, la concentración del saber en una caja fabricada con pixeles y que da respuestas a todas las inquietudes, trascendentales o no.
Tenemos un sentir exponencial y creciente, ignorancia rodeada de soberbia por cuenta de la inmediatez de todo, y aun así ese "todo" está lejano. Nadie tiene tiempo, por eso ya no se consumen contenidos audiovisuales de más de 6 minutos, que es prácticamente lo que tarda un millennial en aburrirse (supongo), en buscar un nuevo foco de entretención. Esta es la generación del aburrimiento, como la anterior lo fue del fracaso y la que precedió a esa de la confusión.
Este mundo tiende a ser manejado por quienes entienden o al menos aceptan las dinámicas del poder, sin embargo estas personas se suelen embriagar por las resultas de ese pequeño cúmulo de conocimiento, y en nada ayuda que el éxito personal se mida en la capacidad de captar y disponer de cuanto se ha acumulado.
Todo se capitaliza, desde la incertidumbre hasta la saciedad o la negación consciente, el amor, la soledad, los principios, los vicios y las perversiones.
No obstante, hay que hacer resistencia, hay que oponerse a esa inercia racional, en donde pensar se reduce a estar o no de acuerdo con lo que alguien más se ha ocupado de expresar, con esputar alguna clase de vociferada opinión que ha de resultar tan cierta como el espectro demográfico en el cual se encaja...
Esto, es tan inútil que hay que seguirlo haciendo.
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