Escribir es una tarea amena, gratificante y para quien gusta de ello es poco más que una virtud y la consagración de la existencia de aquellos néctares y ambrosías que tejidos en palabras si llegan a ser suficientes para llegar a la inmortalidad.
No se trata únicamente de buscar la perpetuidad, el reconocimiento, la aceptación. Tal vez es ser escuchado, o incluso llegar a tocar, a afectar a alguien.
El más de los poetas podrá decir que tan solo llegó a él cada inspiración en notas tenues parecidas a una voz que susurra desde adentro mismo de cada uno. La musa toma cualquier forma y se camufla entre los sucesos más coetáneos, más evidentes.
Aun así es difícil hacerlo tan a menudo como uno quisiera, salvo que la dedicación a las letras sea exclusiva e incluso excluyente, que se logre alejar toda la distracción que la constante oficinesca o encorbatada le quita al mundo.
Pronto, pronto.
Ya llegará.
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