La reflexión se trata de confrontar lo que se siente con lo que se percibe, de hacer una serie de cálculos sobre resultados, sobre procesos, sobre comienzos y finales. Muchas veces con independencia del resultado. Es algo necesario dentro de una vida atestada de cosas que se dan por ciertas, en donde se nos prohibe tener cualquier chispa de verdadero pensamiento independiente, de actitud crítica. En donde cada cosa es como debe ser a pesar de que a diario se encuentren contradicciones, retrocesos
Nunca esperé llegar a un momento en mi vida en que un viernes me diera algo de tranquilidad diferente, aparente, o incluso cierta, en relación con la llegada de un merecido descanso. Y no se trata ni siquiera de que me haga falta en demasia el tiempo para mí. Es solo que todo me toma más energía de la debida. La cotidianidad se me está convirtiendo en una espesa agonía de la cual me cuesta despegarme, como si estuviera atrapado en la tela de una araña y además sumergido en alguna clase de líquido viscoso. La propia baba de la existencia.
El día a día, la ciudad con sus interminables matices grises, con sus muros altos y sus tiempos cambiantes. Las calles colmadas de personas a todas horas, cada una más ensimismada que la anterior, con un afán increíble de llegar a su siguiente destino, aún cuando cada momento de su existencia está plagado de la contínua adicción moderna por el entretenimiento básico, por la inexorable condición de ocupación que tan solo genera vacío, soledad, miseria. La gente no tiene idea de por qué se dirige a su destino, tan solo quiere arribar ahí rápido. Y lo mejor: llegará tarde.
Pero para mí lo peor es el ruido. Y es que siempre me he quejado de los espacios oficinezcos, y no es para menos: unos contra otros, un aire enrarecido, viciado y reusado, que no parece llevar más que desdichas, desesperanza, tedio y, por supuesto, enfermedades. El constante murmullo que a veces se convierte en pesadas conversaciones sobre el corrillo incesante de vidas llenas de falsas ilusiones, de alegrías efímeras y de hipocresía.
Es necesario someterse a un posible daño futuro en los tímpanos, sumergirse dentro de notas de aquellas melodías que lo acompañan a uno y que, seguramente, distan de aquellas que han enseñado a esos otros a repetir antes que a decir, a retraer en lugar de pensar, a dar por sentado y no establecer algún punto crítico porque hasta la música de hoy en día está hecha para someter, para apaciguar, de ahí que recurra a los instintos más básicos; el perreo, la tensión sexual, que estas primen para que no haya tiempo de pensar. No, lo importante es coger, tirar, tener todo el sexo posible con tantas personas como sea posible. Porque hasta eso debemos acumular, tener, tener y tener.
Y yo, yo tengo sueño.
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