El líquido rojo que corría por el filo de su arma se había condensado en una extraña forma coralina. La sangre también cubría su armadura y solo el visor de su yelmo se salvaba del pegote. Jadeó complacido. Observó el campo de batalla. Contempló la devastación. Miles de cadáveres desordenados como prueba del cruento desenlace. Solo quedaban él y su enemigo. Un último esfuerzo. Avanzó en búsqueda de una apertura pero tropezó con uno de los cuerpos del suelo. Su enemigo fue más rápido, certero. Un movimiento de martillo, un sonido seco y luego la oscuridad. Cuando el cráneo se rompió, volvió a hacerlo, saltó a otro cuerpo y tomó posesión del mismo. Sorprendió al maldito que lo había atacado antes con una puñalada fulminante en el cuello. La oscuridad había reclamado una nueva alma.
Iván Sánchez
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